Quiénes somos

Según la mitología griega, la diosa Eris –que, a juzgar por este hecho, era una jodona bárbara– se dejó accidentalmente olvidada en el Olimpo una manzanita dorada que llevaba inscripta la palabra "kalisti", que bien podría traducirse como "para la más hermosa" (bendito el poder de síntesis de los antiguos). Por supuesto que las chicas superpoderosas del mito se agarraron de las mechas por la manzana, de puro vanidosas. Una travesura que se fue de las manos. Al que no le haya pasado, que arroje la primera fruta abrillantada.

Los romanos, que supieron tener una religión politeísta que parece clonada de la griega (entre mitos no hay problemas de copyright, según parece) llamaron a Eris con el nombre de Discordia. De allí la expresión "la manzana de la discordia" para designar al objeto que provoca que muchos se peleen por poseerlo.

Discordia tiene mala prensa. La mitología la coloca en un inmerecido rol de villana por su picardía. A su vez, el dicho popular condena al objeto mismo, a la manzana, como causal de la pelea.

Lo que ni el mito ni la lengua popular logran es leer un subtexto, quizás antojadizo, en toda esta historia: que el conflicto no es culpa de Eris y mucho menos de la manzana en si. Es culpa de las diosas mismas, por vanidosas. "Mi pecado favorito", dice el Satán de Pacino en "El abogado del diablo".

Todas quieren ser la más linda. Todos quieren ser el que la tiene más grande. Para lograrlo, están dispuesto a bailar en el caño, ponerle neones color violeta al auto, llenar las redes sociales de "selfies" o pelearse por una manzana.

Unos pocos, quizás, prefieran ser Eris: hacedores de pequeñas travesuras, de esas que ponen de manifiesto de qué estamos hechos.


Diego Gualda
Editor Supremo & Emperador Galáctico


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